Es un poco difícil para mí escribir sobre
bienestar cuando se por lo que está atravesando mi país en estos momentos. Desde abril he estado
luchando conmigo misma buscando una manera de ser consecuente con mis lectores
y al mismo tiempo con los momentos que viven mis paisanos. Sin embargo, retomo ‘la
pluma’ buscando brindar un poco de alivio en momentos difíciles.
Mi tema de hoy es nuestra percepción de
nosotros mismos. Esto aplica a cómo nos
percibimos cotidianamente, bien al compararnos con otros, o cuando pensamos
sobre la felicidad como objetivo. Una especie de autoanálisis no basado en lo
que otros publican en Facebook. Eso sería,
respetuosamente, una forma de utopía.
Mis hijos sostenían un diálogo recientemente sobre
el tema de la satisfacción en el trabajo y en sus respectivos trabajos, sobre
si lo hacían bien o si lo podían hacer mejor. Si estaban contentos o no con las
condiciones, y todas esas cosas que uno se plantea que hacen que nos sintamos
miserables o en éxtasis por momentos. Yo me vi yo misma en el espejo de esa conversación,
desde la distancia, en el momento presente y en otras épocas. Esas reflexiones sobre el trabajo y sobre la
felicidad son aplicables a muchas áreas de nuestras vidas.
Pues resulta que todas esas cosas que pensamos
que hacemos mal, o en las cuales nos sentimos impostores (hay un síndrome estudiado
sobre esto), no somos tan malos como creemos.
Cuantas veces nos preguntamos si somos buenos padres, buenas parejas,
buenos amantes, buenos estudiantes, buenos amigos, buenos ciudadanos. Tememos no dar la talla, estar a la altura de
la situación. Nos evaluamos y podemos
hasta castigarnos con nuestras auto-apreciaciones. De esto hemos hablado en
otras oportunidades.
Sin embargo, hay áreas en nuestras vidas que
pensamos que estamos de lo mejor, donde creemos que no necesitamos revisar lo que hacemos (estamos sobrados, como se dice en
Venezuela), que sabemos todo lo que tenemos que saber y sobre eso no hacemos
nada. Creemos que dominamos todo lo necesario y hacemos todo lo a la perfección.
No nos preocupamos en hacer cambio alguno.
Creemos que no tenemos que mejorar nuestra relación de pareja (él me quiere así), nuestra relación país
(algo va a pasar a mi favor), la relación con
nuestros hijos (ellos no saben lo que
necesitan, yo si), somos excelentes cocineros (todo el mundo está pasando hambre), excelentes negociando conflictos (nadie se habla dentro del departamento donde estoy a cargo), excelentes escuchas (hablo,
pero nadie interviene en mis conversaciones y termino haciendo lo que me parece),
excelentes personas (no tengo amigos, ni
participo en nada, solo critico lo que los demás hacen o dejan de hacer). No
nos damos la oportunidad de crecer en esas áreas. Entonces cuando algo nos sale
mal, o no va de acuerdo con lo que pensamos nos preguntamos ¿Porqué a mí? ¿Qué he hecho para merecerme
esto?
Nos castigamos mucho en las áreas equivocadas, y al mismo tiempo, no trabajamos sobre las áreas que pudiesen estar débiles o precarias;
preferimos redoblar la crítica en los lugares donde estamos más blindados o
somos más competentes. Abandonamos la posibilidad de mejorar y estar en paz con
nosotros mismos en las areas que lo requieren. No logramos ver el reflejo del espejo.
¿Flores
para el reflejo del espejo?
Rock
Water si estamos en la búsqueda de la perfección
propia y ,en esa búsqueda, no disfrutamos el recorrido ni encontramos placer en
las pequeñas y grandes victorias. Esta flor nos permite lograr y apreciarnos sin
juzgarnos.
Larch si creemos que no tenemos la capacidad y por eso no intentamos. Esta flor nos da una inyección de auto-estima
y nos impulsa a probar.
Willow si nos quejamos de nuestra suerte, del destino, de lo que nos tocó
vivir en nuestras vidas, en nuestro país. Nos permite perdonar y al mismo
tiempo tomar el control de nuestras vidas.
Los espejos y los espejitos son una invención relativamente reciente. Por miles de años, el ser humano no tuvo idea de cómo lucía. La mujer de las cavernas no sabía cómo le quedaba el
bigote o si el cabello parecía un nido de pterodáctilo. Hasta hace solo el
siglo pasado supimos como sonábamos, cómo nos veíamos. No teníamos el poderoso remolino del social
media o redes sociales que dictaminan ideales de belleza, de información, de
comportamientos. No había espejos, televisión, cine, cámaras, luz eléctrica, teléfono, grabadores de voz. Aún con toda la tecnología a nuestro alcance y con montones de espejos a
nuestra disposición, tendemos a ser no muy buenos a la hora de juzgarnos… no
capturamos el verdadero reflejo del espejo.
Imagen con Copyright de iStock
© 2017 Marielena Núñez
© 2017 Marielena Núñez